EL decreto de Dios es
su propósito o su determinación respecto a las cosas futuras. Aquí hemos usado
el singular, como hace la Escritura, porque sólo hubo un acto de su mente
infinita acerca del futuro.
Nosotros hablamos
como si hubiera habido muchos, porque nuestras mentes sólo pueden pensar en
ciclos sucesivos, a medida que surgen los pensamientos y ocasiones; o en
referencia a los distintos objetos de su decreto, los cuales, siendo muchos,
nos parece que requieren un propósito diferente para cada uno.
Pero el conocimiento
Divino no procede gradualmente, o por etapas: (Hech. 15:18;). “Conocidas son a
Dios desde el siglo todas sus obras” Las Escrituras mencionan los decretos de
Dios en muchos pasajes y usando varios términos.
La palabra “decreto”
se encuentra en el Sal. 2:7, (Yo publicaré el decreto;). En Efe. 3:11, leemos
acerca de su “determinación eterna”. En Hech. 2:23, de su “determinado consejo
y providencia”. En Efe. 1:9, el misterio de su “voluntad”. En Rom. 8:29, que él
también “predestinó”. En Efe. 1:9, de su “beneplácito”.
Los decretos de Dios son llamados sus “consejos” para
significar que son perfectamente sabios. Son llamados su “voluntad para mostrar
que Dios no está bajo ninguna sujeción, sino que actúa según su propio deseo,
en el proceder Divino, la sabiduría está siempre asociada con la voluntad, y
por lo tanto, se dice que los decretos de Dios son “el consejo de su voluntad”.
Los decretos de Dios están relacionados con todas las cosas futuras, sin
excepción: todo lo que es hecho en el tiempo, fue predeterminado antes del
principio del tiempo. El propósito de Dios afectaba a todo, grande o pequeño,
bueno o malo, aunque debemos afirmar que, si bien Dios es el Ordenador y
controlador del pecado, no es su Autor de la misma manera que es el Autor del
bien.
El pecado no podía
proceder de un Dios Santo por creación directa o positiva, sino solamente por
su permiso, por decreto y su acción negativa. El decreto de Dios es tan amplio
como su gobierno, y se extiende a todas las criaturas y eventos. Se relaciona
con nuestra vida y nuestra muerte; con nuestro estado en el tiempo y en la
eternidad.
De la misma manera
que juzgamos los planos de un arquitecto inspeccionando el edificio levantado
bajo su dirección, así también, por sus obras, aprendemos cual es (era) el
propósito de Aquel que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad.
Dios no decretó simplemente crear al hombre, ponerle sobre
la tierra, y entonces dejarle bajo su
propia guía incontrolada; sino que fijó todas las
circunstancias de la muerte de los individuos, y todos los pormenores que la
historia de la raza humana comprende, desde su principio hasta su fin. No
decretó solamente que debían ser establecidas leyes para el gobierno del mundo,
sino que dispuso la aplicación de las mismas en cada caso particular. Nuestros
días están contados, así cómo también los cabellos de nuestra cabeza. (Mat.
10:30).
Podemos entender el
alcance de los Decretos Divinos si pensamos en las dispensaciones de la
Providencia en las cuales aquellos son cumplidos. Los cuidados de la
Providencia alcanzan a la más insignificante de las criaturas y al más minucioso
de los acontecimientos, tales como la muerte de un gorrión o la caída de un
cabello. (Mat. 10:30).
Consideremos ahora
algunas de las características de los Decretos Divinos. Son, en primer lugar,
eternos. Suponer que alguno de ellos fue dictado dentro del tiempo, equivale a
decir que se ha dado un caso imprevisto o alguna combinación de circunstancias
que ha inducido al Altísimo a tomar una nueva resolución.
Esto significaría que
los conocimientos de la Deidad son limitados, y con el tiempo va aumentando en
sabiduría, lo cual sería una blasfemia horrible. Nadie que crea que el
entendimiento Divino es infinito, abarcando el pasado, presente y futuro,
afirmará la doctrina de los decretos temporales.
Dios no ignora los acontecimientos futuros que serán
ejecutados por voluntad humana; los ha predicho en innumerables ocasiones, y la
profecía no es otra cosa que la manifestación de su presencia eterna.
La Escritura afirma
que los creyentes fueron escogidos en Cristo antes de la fundación del mundo (Efe.
1:4), más aun, que la gracia les fue “dada” ya entonces: (2Tim. 1:9). “Fue él
quien nos salvó y nos llamó con santo llamamiento, no conforme a nuestras
obras, sino conforme a su propio propósito y gracia, la cual nos fue dada en
Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo”. En segundo lugar, los decretos de
Dios son sabios. La sabiduría se muestra en la selección de los mejores fines
posibles, y de los medios más apropiados para cumplirlos. Por lo que conocemos
de los Decretos de Dios, es evidente que les corresponde tal característica. Se
nos descubre en su cumplimiento; todas las muestras de sabiduría en las obras
de Dios que son prueba de la sabiduría del plan por el que se llevan a cabo.
Como declara el salmista: (Sal. 104:24). “¡Cuán numerosas
son tus obras, oh Jehová! A todas las hiciste con sabiduría; la tierra está
llena de tus criaturas”. Sólo podemos observar una pequeñísima parte de ellas,
pero, como en otros casos, conviene que procedamos a juzgar el todo por la
muestra; lo desconocido por lo conocido.
Aquel que, al
examinar parte del funcionamiento de una máquina, percibe el admirable ingenio
de su construcción, creerá, naturalmente, que las demás partes son igualmente
admirables. De la misma manera, cuando las dudas acerca de las obras de Dios
asaltan nuestra mente, deberíamos rechazar las objeciones sugeridas por algo
que no podemos reconciliar con nuestras ideas (Rom. 11:33). “¡Oh la profundidad
de las riquezas, y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán
incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!” En tercer lugar,
son libres. (Isa. 40:13,14). “¿Quién ha escudriñado al Espíritu de Jehová, y
quién ha sido su consejero y le ha enseñado? ¿A quién pidió consejo para que le
hiciera entender, o le guió en el camino correcto, o le enseñó conocimiento, o
le hizo conocer la senda del entendimiento?” Cuando Dios dictó sus decretos,
estaba solo, y sus determinaciones no se vieron influidas por causa externa
alguna.
Era libre para
decretar o dejar de hacerlo, para decretar una cosa y no otra. Es preciso
atribuir esta libertad a Aquel que es supremo, independiente, y soberano en
todas sus acciones. En cuarto lugar, los decretos de Dios son absolutos e
incondicionales. Su ejecución no esta supeditada a condición alguna que se pueda
o no cumplir. En todos los casos en que Dios ha decretado un fin, ha decretado
también todos los medios para dicho fin. El que decretó la salvación de sus
elegidos, decretó también darles la fe, (2Tes. 2:13). “Pero nosotros debemos
dar gracias a Dios siempre por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios
os haya escogido desde el principio para salvación, por la santificación del
Espíritu y fe en la verdad” (Isa. 46:10); “Yo anuncio lo porvenir desde el
principio, y desde la antigüedad lo que aún no ha sido hecho. Digo: Mi plan se
realizará, y haré todo lo que quiero”.
Pero esto no podría
ser así si su consejo dependiese de una condición que pudiera dejar de
cumplirse. Dios “hace todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Efe.
1:11).
Junto a la
inmutabilidad e inviolabilidad de los decretos de Dios. La Escritura enseña
claramente que el hombre es una criatura responsable de sus acciones, de las
cuales debe rendir cuentas. Y si nuestras ideas reciben su forma de la Palabra
de Dios, la afirmación de una enseñanza de ellas no nos llevará a la negación
de la otra.
Reconocemos que
existe verdadera dificultad en definir dónde termina una y donde comienza la
otra. Esto ocurre cada vez que lo divino y lo humano se mezclan. La verdadera
oración está redactada por el Espíritu, no obstante, es también clamor de un
corazón humano.
Las Escrituras son la
Palabra inspirada de Dios, pero fueron escritas por hombres que eran algo más
que máquinas en las manos del Espíritu. Cristo es Dios, y también hombre. Es
omnisciente, más crecía en sabiduría, (Luc. 2:52). “Y Jesús crecía en
sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres” Es Todopoderoso
y sin embargo, fue (2Cor. 13:4 “crucificado en debilidad”). Es el Espíritu de
vida, sin embargo murió. Estos son grandes misterios, pero la fe los recibe sin
discusión.
En el pasado se ha
hecho observar con frecuencia que toda objeción hecha contra los Decretos
Eternos de Dios se aplica con la misma fuerza contra su eterna presciencia.
“Tanto si Dios ha decretado todas las cosas que acontecen como si no lo ha
hecho, todos los que reconocen la existencia de un Dios, reconocen que sabe
todas las cosas de antemano. Ahora bien, es evidente que si El conoce todas las
cosas de antemano, las aprueba o no, es decir, o quiere que acontezcan o no.
Pero querer que acontezcan es decretarlas”.
Finalmente trátese de
hacer una suposición, y luego considérese lo contrario de la misma. Negar los
Decretos de Dios sería aceptar un mundo, y todo lo que con él se relaciona,
regulado por un accidente sin designio o por destino ciego.
Entonces, ¿qué paz,
que seguridad, qué consuelo habría para nuestros pobres corazones y mentes?
¿Qué refugio habría al que acogerse en la hora de la necesidad y la prueba? Ni
el más mínimo. No habría cosa mejor que las negras tinieblas y el repugnante horror
del ateísmo. ¡Cuán agradecidos deberíamos estar porque todo está determinado
por la bondad y sabiduría infinitas!
¡Cuánta alabanza y
gratitud debemos a Dios por sus decretos! Es por ellos que “Sabemos que Dios
hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a los que
son llamados conforme a su propósito” (Rom. 8:28). Bien podemos exclamar como
Pablo: “Porque de él y por medio de él y para él son todas las cosas. A él sea
la gloria por los siglos. Amen”. (Rom. 11:36). A.W. Pink
Sus Decretos Sobre mí:
Fui curado por las llagas de Jesús (Isaías 53:5).
Mi mano está en el cuello de mis enemigos (Génesis 49:8).
Unges mi cabeza con aceite, mi copa está rebosando. El bien
y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida (Salmo 23:5-6).
He sido ungido para predicar, enseñar, sanar y echar fuera
demonios. Recibo la abundancia de la gracia y del don de la justicia y reino en
vida por Cristo Jesús (Romanos 5:17).
Tengo vida y la tengo en abundancia (Juan 10:10).
Camino en luz, como Él está en luz y la sangre de Jesucristo
su Hijo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7).
Soy la justicia de Dios en Cristo (2 Corintios 5:21).
Soy cabeza y no cola (Deuteronomio 28:13).