viernes, 20 de marzo de 2015

¿Cuál es el camino para perdonar y restaurar a mi hermano en la fe?



Mateo 18:15-20 RV 1960

(15)  Por tanto, si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.

(16)  Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos  conste toda palabra.

(17)  Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano.

(18)  De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo.

(19)  Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos.

(20)  Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

 

¿Cómo Perdonar a Mí Hermano?

La Palabra de Dios nos exhorta a ser proactivos y diligentes para resolver los conflictos y desavenencias que ocurren en el seno de la Iglesia

Esto obra a favor de evitar que se formen raíces de amargura, resentimientos y enemistades, tanto en el ofendido como en el ofensor.

Hebreos 12:15 LBLA

Mirad bien de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados;

 

Si un hermano en la fe comete una ofensa u agravio contra mí, mi responsabilidad en Cristo, es actuar con diligencia, caridad, tolerancia y espíritu conciliador.

Para tal fin la Biblia prescribe un protocolo o procedimiento a seguir, que indica una progresión en función de la receptividad del que ha fallado, cuyo objetivo es la restauración de los involucrados y, de ser posible la reconciliación.

Esa es una vocación que es inherente al llamado de ser cristiano: “Dios… por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2 Corintios 5:18 –NVI).

En primer lugar la Biblia prescribe que debo hablar personalmente con el ofensor:  “si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele (convéncele) estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano”; exhortándole con amor y mansedumbre (fuerza con ternura y amabilidad).

Tal como lo expresa 1 Timoteo 3:1-2 LBLA: No reprendas con dureza al anciano, sino, más bien, exhórtalo como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos,  a las ancianas, como a madres; a las más jóvenes, como a hermanas, con toda pureza.

Así  mismo Gálatas 6:1: Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.

El tiempo de este verbo “restaurar” está en presente continuo, indicando que se requiere paciencia y perseverancia en el proceso.

La restauración no se logra con simples palabras o frases alentadoras o sermoneadoras como : “debes corregir tu conducta”, “te hemos extrañado en la iglesia” sino que requiere amor, constancia, paciencia y esfuerzo.

Esta no es una ocasión para desahogar nuestra rabia o dolor contra el hermano ofensor, pues su objetivo no es el desquite y la venganza, sino la restauración.

Esta entrevista debe transcurrir en el marco de una corrección fraternal.

El hecho de acudir al ofensor a solas, busca proteger su reputación.

No es una simple reacción a la ofensa o agravio, sino que es motivada por el interés y amor fraternal de hermano.

“Quien te ha ofendido, ofendiéndote, ha infligido a sí mismo una grave herida ¿y tú no te preocupa de la herida de tu hermano?... tú debes olvidar es la ofensa recibida, no la herida de tu hermano”.

·        ¿Y si el hermano no me escucha? Vuelve a confrontarlo en presencia de dos o tres personas, para facilitarle mejor el darse cuenta de la falta cometida: “mas si no oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra”. La Biblia dice que la multitud d consejeros hay sabiduría. “Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo: más en la multitud de consejeros hay seguridad” (Proverbios 11:14). Esta acción busca también proteger a ambos de malos entendidos.

·        Si, después de agotar estas instancias, él rechaza la corrección, es necesario decirlo a la comunidad eclesiástica: “si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia. Sólo después de agotar las instancias anteriores y no haber ningún cambio, entonces, debes contar lo que ocurrió a la iglesia.

·        Y si tampoco escucha a la iglesia, es preciso hacerle notar el distanciamiento que él mismo ha provocado, separándose de la comunión de la Iglesia: “… y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano (repulsivo y abominable)”. El excluir de la comunión espiritual, no excluye el manifestar actos de bondad hacia esa persona.

Todo este procedimiento fraternal indica que existe una corresponsabilidad en el camino de la vida cristiana, tal como expresa Gálatas 6:2: “sobrelleva los unos las cargas de los otros, y cumplir así la ley de Cristo. En el cuerpo de Cristo somos llamados a “soportarnos unos a otros, y perdonarnos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro…” (Colosenses 3:13). Esta es una vocación y un llamado ineludible.

Es así como cada creyente consciente de sus propios límites, carencias y defectos, está llamado a la restauración y la reconciliación, “considerándose a si mismo, no sea que él también sea tentado”; pero también está llamado a recibir con humildad la corrección (amonestación, exhortación) fraterna, pues reconoce que él /ella también puede fallar.

Este procedimiento escrito en Mateo 18:15 – 20, que tiene como método el perdón y como meta la restauración y por ende la reconciliación, crea un espacio y una oportunidad para la comunión restaurada. Negar el perdón, por el contrario rompe la comunión no sólo con nuestro hermano ofensor sino también con nuestro Padre Celestial (Marcos 11:25) .

Para Reflexionar

1.     ¿Has renunciado a tus deseos de venganza encomendado tu causa al Juez Supremo?

2.     ¿Cuándo reprendes a un hermano por una falla contra ti, tu motivación es la restauración del ofensor?

3.     ¿Cómo te sientes exhortando a aquellos que cometen falta contra ti?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 18 de marzo de 2015

¿Al perdonar debo olvidar la injusticia cometida contra mi?


Romanos  12:17-21.  RV 1960.
 
(17)  No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres.

(18)  Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.

(19)  No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.(E)

(20)  Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.(F)

(21)  No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.

 
Perdonar No Implica Olvidar La Injusticia

Perdonar no implica el abandono de la búsqueda de la justicia ni la renuncia a la defensa de los derechos.

La persona puede exigir justicia, sobre todo si la falta viola las leyes, y eso no anula el perdón.

No hay que confundir misericordia con justicia.

Creo que muchos cristianos se meten en problemas por no tener diferenciado la misericordia de la justicia, lo cual puede generar perjuicio tanto a ellos mismos como otras personas.

Sin embrago la justicia que Dios prescribe que debemos seguir no es una mera justicia retributiva (aplicación del castigo, restitución, etc.), sino fundamentalmente una justicia restaurativa (resolución del problema o conflicto, sanidad de la relación, reconciliación, etc.).

El perdón no es necesario en la justicia retributiva, pero juega un papel medular en la justicia restaurativa.

El perdón no se riñe con la justicia.

Dios nos perdonó porque nos amaba, pero no obvió la justicia.

La muerte de Cristo en la cruz del calvario es la mayor evidencia de que Dios nos perdonó, pero cumpliendo completamente con las demandas de la justicia.

El perdón divino tiene su base en la justicia de Dios.

 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. 2 Co 5:21. RV 1960.

 

La cruz del calvario representa el encuentro perfecto del amor (incluye el perdón) y la justicia de Dios.

Esa es una teología al alcance de todos, y que todos pueden entender.

Al observar el horror de la cruz, podemos darnos cuenta del inmenso amor de Dios por el hombre, que lo llevó a dar la vida de Su Unigénito Hijo (Juan 3:16).

Pero al mismo tiempo podemos apreciar el increíble precio que Dios  tuvo que pagar por nuestra salvación, para así  cumplir las demandas de Su justicia.

1 Pedro 1:18-19. RV 1960

(18)  sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata,

(19)  sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.

Como juez justo,  Dios cumplió la justicia de la ley que dice que “la paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23).

Dios como Padre amoroso proveyó el medio para el arrepentimiento y el perdón de los pecados.

El perdón no se podía otorgar sin sacrificio expiatorio, porque la justicia quedaría insatisfecha.

Sin justicia el universo moral sería un caos.

Al perdonar la persona renuncia al resentimiento, a los deseos de venganza, al pagar mal por mal; pero no implica que deba renunciar a la justicia.

El perdón es diferente al indulto, la condonación de la falta,

La excusa y justificación del agravio o liberación de responsabilidad del ofensor.

El perdón no implica prescindir ni obviar la justicia, ni eximir de responsabilidad al ofensor.

Suspender la justicia aumenta la maldad, las injusticias y la impunidad.

Por otra parte, el perdón no borra las consecuencias naturales ni legales de las faltas cometidas. Tampoco elimina la ley de causa – efecto que gobierna el universo natural y espiritual.

Al respecto la Biblia dice : “No se engañen ustedes: nadie puede burlarse de Dios. Lo que se siembra, se cosecha” (Gálatas 6:7 – DHH).

¿Qué Lugar Ocupa La Justicia En Este Principio Del Perdón?

Romanos 12:17-21 nos da una interpretación. Al perdonar a los demás, y decidir confiar en Dios como juez justo, renuncio a mi deseo de venganza, y entrego mi causa a Dios, confiando en que Él es mejor juez que yo.

“No tomen venganza hermanos míos dice el Señor”. Esta acción no está en contradicción con hacer uso del sistema de justicia que Dios ha instruido en el mundo.

En todo caso al entregar a Dios mi causa le cedo a Él el control, para que Él aplique  justicia según su sabiduría y soberanía.

Al entregar a Dios mis agravios y mi dolor y la responsabilidad de que se haga justicia, no sólo lo hago a Él juez de mi causa, sino que me deshago de mi propio derecho a vengarme, junto con mis sentimientos de resentimiento y odio, y dejo todos los problemas de justicia en manos de Él, sabiendo que Él es más competente y justo que yo mientras retenga para mí, la prerrogativa de hacer justicia y de que mi ofensor “pague por el daño que me ha hecho”, permanezco atado a él, porque en el fondo no he perdonado.

Perdonar implica soltar mis agravios y dolores en las manos de Dios, y confiar en Su justicia.

Si no concretamos esa acción de entrega a Dios, a la larga ambos –ofensor y agraviado- permanecemos prisioneros del pasado.

El que no recibe el perdón permanece preso en una celda, y yo quien me rehúso a perdonar  atado a la celda como carcelero, asegurándome que la persona permanezca encarcelada.

Necesitamos, pues llegar al punto de entregar el reo  en las manos de Dios, y encomendarnos a su justicia, de esta  manera nos libramos de toda  la carga emocional de tener  que hacer justicia, al descansar en la perfecta justicia del juez Supremo, quien no falla en aplicar  justicia.

Es importante recordar que al perdonar no se está dispensando o justificando un acto malo.

Aunque  la falta del ofensor no desaparece cuando perdono, se libera de mí y Dios se hace cargo porque Él sabe qué hacer.

Sí el perdón condona y amnistía, obviando a ultranza la justicia, entonces el orden legal y la memoria histórica de una familia, comunidad o nación donde ocurrió la ofensa y el agravio, estarían en peligro y condenadas a repetir los mismos errores e injusticias relacionales.

El Perdón y La Justicia No Se Riñen Con La Misericordia.

Dios no sólo nos exhorta a que encomendemos nuestra causa a Su justicia, sino que además nos insta a realizar acciones amatorias a favor de nuestro ofensor: “…si tu enemigo tiene hambre, dale d comer; si tiene sed dale de beber”; porque el amor se hace realidad  a través de la acción.

Esta acción es terapéutica y, según el pastor Rony Madrid, cumple los siguientes objetivos:

·        Verificar si nuestro corazón está limpio y que no guarda ningún rencor.

·        Comprobar que hemos  entregado ese sentimiento en las manos de Dios.

·        Hacer reflexionar a nuestros ofensores: “Actuando así, harás que se avergüence de su conducta”.

Para Reflexionar:

1.     ¿Has renunciado a tus deseos de venganza, encomendando tú causa al Juez Supremo?

2.     ¿Dejas lugar a la justicia de Dios?

3.     ¿Confías en la justicia de Dios?

 

 

martes, 17 de marzo de 2015

¿Cuantas Veces Debo Perdonar?


Jesús demanda una incansable vocación para perdonar ofensas y agravios. Pero ¿Qué pasa cuando la persona que nos ofende, maltrata o agravia es reincidente? ¿Debo perdonar a pesar de que la persona no da muestra de arrepentimiento? ¿Debo condicionar el perdón al acto de constricción de la persona ofensora? ¿Debo perdonar siempre?

¿Cuántas veces debo perdonar?

Perdonar es más difícil cuando la persona ha cometido reiteradas faltas contra nosotros.  ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Esa fue la pregunta calculadora del apóstol Pedro, a lo que Jesús le respondió: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18:21-22).  Esta debió ser una respuesta desconcertante. Esta expresión oriental “setenta veces siete” significa un número ilimitado de veces. Jesús, púes, nos habla de una disposición o actitud incansable a la hora de perdonar. Esto lo recalca Jesús en la parábola de los dos deudores que les narra a continuación a sus discípulos (Mateo 18:23-35).

El sistema rabínico judío planteaba el llevar cuentas detalladas del número de veces que el agraviado había perdonado al ofensor, y que dejara de perdonar después de la tercera vez. Pedro con su pregunta eleva el nivel a siete veces. Pero Jesús responde diciendo que no hay límites. La Biblia dice que “el amor no guarda rencor” (1 Corintios 3:5), y llevar cuentas es una forma de guardar resentimiento. Jesús no está estableciendo un sistema de conteo (sería impráctico) basado el número siete (7 x 70=490). Jesús lo que está es cuestionando la forma de definir el perdón de Pedro o del sistema rabínico. Si fuera necesario, según el método de Pedro o rabínico, contar las veces que perdonamos a una persona reincidente para saber hasta cuándo perdonar, no habría forma de soltar el dolor y el resentimiento que produce la agresión y ofensa de quien nos agravia y, por lo tanto, sería imposible perdonar genuinamente. En Lucas 17:3-4 Jesús reafirma este énfasis.


La norma establecida por Jesús (Marcos 11.25-26, Mateo 18:21-25) es muy alta, exigente, humanamente inalcanzable, e inclusive luce en apariencia injusta. ¿Cómo perdonar reiterada e incasablemente a quien nos ofende? Luce injusto e impositivo ¿Por qué Dios condiciona el perdón suyo a nosotros, a nuestra disposición de personar a otras personas? Al fin y al cabo quien cometió la falta y el agravio es quien pecó.

Lo cierto es que el estándar de Dios es diferente y superior al del mundo. ¿Acaso Dios no nos perdona constantemente? Dios nos ha dado un modelo de perdón a seguir, al mostrar siempre un espíritu perdonador hacia nosotros, de esta forma establece la norma de cómo debemos perdonar: Dios perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mateo 6:12).

 
Por eso la palabra de Dios nos exhorta a “…ser benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también nos perdonó a nosotros en Cristo” Efesios 4:32.
 

Jesús nos insta a mostrar una disposición permanente a perdonar como una decisión personal. Pero esta decisión, a veces, entra en conflicto con algunos mapas eclesiásticos que equivalen el perdón a un voto de confianza. Lo que ocurre en realidad es que la confianza no corre tan rápido como la decisión de perdonar, y la persona puede entrar en conflicto al pensar que no ha perdonado, porque no puede confiar tan rápidamente en la persona, sobre todo si el agresor no ha mostrado frutos de arrepentimiento. Por eso es bueno aclarar que perdonar y confiar en la persona ofensora son dos procesos diferentes.

Para reflexionar:

  • ¿Cuántas veces se siente capaz de perdonar a la misma persona?
  • ¿Puede contar cuántas veces Dios le ha perdonado?
  • ¿Cómo reaccionas cuando una persona falla en contra de ti en forma reiterada?

 

lunes, 16 de marzo de 2015

Cómo Cultivar Un Corazón Sano?


Como en el agua el rostro corresponde al rostro, Así el corazón del hombre al del hombre. Proverbios 27:19. Reina-Valera 1960

      El corazón refleja la verdadera realidad del hombre.

 

• Más allá de la apariencia, el verdadero hombre se oculta en su corazón.

 

• Se puede tratar de demostrar una imagen o vender una apariencia, pero el corazón no puede falsificarse.

 

• El corazón es el centro de comando de la vida del hombre.

 

• Todo lo que ocurre externamente comportamientos hábitos, palabras y expresión emocional obedecen a los dictámenes del corazón.

 

• El poder de la vida del hombre reside, pues, en su interior: en su corazón. No en balde la Biblia nos exhorta a guardar nuestro corazón.



 

Proverbios 4:23. Reina-Valera 1960.
 Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida.
 
       En este contexto la palabra corazón no se refiere al musculo que bombea la sangre en el cuerpo.

       Se refiere más bien al alma del hombre.

       En el pensamiento Hebreo corazón y alma son la misma cosa.

       El corazón es el centro de la voluntad del ser humano, donde se toman las decisiones, la sede del intelecto y emociones.

El corazón representa para el hombre el “yo mismo” su identidad, su vida propia, la consciencia de si mismo.


       El corazón funciona como un todo.

       Es el órgano que nos permite conocer  ser conocidos por Dios.

       “Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen” Juan 10: 27.

       Esta hablando de una comprensión y un entendimiento de corazón.

Es en nuestro corazón donde pensamientos, emociones y voluntad se unen en una identidad una conciencia y un estilo de vida.

       Necesitamos enfocarnos, entonces, en edificar un corazón sano, lo que conlleva un proceso que dura toda la vida, dando prioridad a lo interno sobre lo externo de adentro hacia afuera.
 
       Edificar la vida interior requiere fijar el foco de atención en nuestras raíces y nuestra espiritualidad.

       Nos urge efectuar un retorno a las rices espirituales y a centrarnos en el carácter.

       Estas son las verdaderas bases para el auténtico poder personal.

       Lo que cuenta es quien es usted en lo más intimo de su ser, en lo más profundo de su fe, en su fortaleza espiritual.

       Esa es la verdadera fuente de su auténtico poder y éxito personal.

       Lo que hay en el corazón: emociones, pensamientos y voluntad determina el carácter de la persona.

       El carácter es el centro de desarrollo del ser humano.

       El carácter determina la integridad, la entereza, la fuerza y la competencia de una persona.

Sólo en el corazón sano se genera el ambiente adecuado para amar sin egoísmos, andar en rectitud, actuar con integridad y perdonar faltas cometidas.

       Un corazón sano no se genera al azar.

       Para forjar un corazón sano hay que cuidarlo; hay que trabajarlo intencionalmente.

       Se requiere enfoque, motivación disciplina y comunión con Dios para lograr un corazón sano.

       Cuando estoy determinado a mantener un corazón sano, cuido los pensamientos que traigo a él, para no contaminarlo, y así sentirme libre de resentimientos y rencores para así practicar el perdón cuando soy agraviado u ofendido.

       Esto ocurre como consecuencia de dar cabida al amor.

       No es posible forjar y mantener un corazón sano sin la influencia de Dios o apartados de Él.

 

       Dios es la fuente de todo bien y bondad y perdón.

       Por eso para forjar y mantener un corazón sano necesitamos mantenernos en compañerismo con Dios.

       Cuando cultivo mi corazón en comunión con Dios, entonces mi vida se llena de propósito.

       Para cultivar un corazón sano se requiere desarrollar una relación íntima, dinámica y vital con Dios, además de enfoque, motivación y determinación.