martes, 5 de enero de 2010

El Verbo fue hecho carne. Juan 1:9-18

9 Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venia a este mundo.

10 En el mundo estaba, y el mundo por IJl fue hecho; pero el mundo no le conocia.

11 A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.

12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;

13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varon, sino de Dios.

14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habito entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigIJnito del Padre), lleno de gracia y de verdad.

15 Juan dio testimonio de el, y clamo diciendo: Este es de quien yo decia: El que viene despues de mi, es antes de mi; porque era primero que yo.

16 Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia.

17 Pues la ley por medio de Moises fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

18 A Dios nadie le vio jamÐs; el unigIJnito Hijo, que estÐ en el seno del Padre, IJl le ha dado a conocer.


Este evangelio es uno de los más hermosos que conozco, por muchas razones. Tiene una gran calidad poética, como todo el evangelio de San Juan. También nos introduce en el misterio de la encarnación, al revelarnos la filiación divina de Jesús. Además nos propone entusiastamente cómo nos hacemos hijos de Dios por seguir al Verbo encarnado.

Al hablarnos de la palabra como principio divino, Juan nos está diciendo que Jesús es la forma en que Dios creó al mundo. Nos habla asimismo de cómo debemos entender que la creación se trata en última instancia de ver el mundo de alguna manera y así crearlo. Esto entraña un concepto muy profundo. Siempre se nos ha dicho que los poetas son visionarios, que nos ofrecen percepciones del mundo que rebasan nuesro entendimiento. En este caso, el concepto detrás de decir que Jesús es la palabra implica que nuestras palabras forman nuestro mundo. Por ese motivo nuestras palabras siempre debens er de construcción y no de destrucción. San Pablo amonesta a algunos de sus discípulos y les dice que no utilicen malas palabras para que no ofendan al espíritu de Dios. Lo que esto significa es que cuando nos comunicamos vertemos en el discurso nuestra forma de ver la vida, el orbe. Si nuestras palabras son de pesimismo, de tristeza, de carencia, ése es el mudno que percibiremos. Cuando Dios acaba de hacer algo en la creación siempre el escritor sagrado añade, “y vio Dios que todo era bueno.” En principio, la creación se hace por la palabra: “Por Él todo se hizo y sin Él nada llegó a ser sin Él” (1:3). Así que la calidad de la palabra influye en la calidad de la creación.

El Verbo también acarrea la calidad de la vida, por la luz. La luz se ha encarnado y da vida. Nos separa de las tinieblas. Las tinieblas, en el sentido bíblico, no tienen sólo que ver con la falta de iluminación, sino asimismo con la oscuridad de nuestra alma. Jesús se ha encarnado para que tengamos luz en nuestra vida. Sus palabras y sus hechos son modelos para nuestra existencia. Cada vez que tenemos algun obstáculo en nuestra vida, nos podemos preguntar qué palabras o hechos de Cristo iluminan ese espacio de nuestro devenir, y seguramente encontraremos una avenida de solución para nuestro sendero.

Los suyos no lo recibieron, dice el evangelista. Ese rechazo se da igualmente en nuestro mundo cada día. Hemos entronizado al consumo y la comodidad. Para nosotros, la fe no tiene espacio, la caridad no tiene espacio. Sólo lo que me conviene a mí es parte de mi creencia. No obstante, si lo seguimos, nos da la virtud e de ser Hijos de Dios, en el Espíritu. Veremos su gloria, compartiremos su reino porque somos igualmente herederos. Hay que meditar en este evangelio para saber qué ha implicado que Jesús, el Hijo de Dios haya bajado al mundo para comunicarnos su gloria y su verdad.

La Biblia dice, “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Jesús, como Dios, fue llamado la “luz verdadera” (Juan 1:9). Por medio de La Luz Verdadera el hombre se ve a sí mismo tal como es, un pecador. Y por medio de La Luz Verdadera el puede ver cómo Dios en realidad es. Pueden también ver cómo el hombre realmente debe ser.

¡Es maravilloso que en nuestro mundo tenebroso la Luz Verdadera (Jesús) alumbre para mostrarnos a Dios! Como una niñita dijo, “Jesús es la mejor fotografía que se ha tomado de Dios!”—Alguien a quien el hombre pudiera ver, oír, y tocar.

Jesús vivió entre hombres. La palabra “habitó” en el versículo 14 literalmente quiere decir “tabernaculizar.” Jesús tabernaculizo (habitó) entre nosotros. El tabernáculo en el Antiguo Testamento era un templo hecho de carpa, diseñado por Dios cuando la gente de Israel tenía que mudarse de lugar a lugar en los primeros días de su historia. El tabernáculo—y más tarde el templo de Jerusalén—era el lugar donde Jehová Dios habitaba entre Su pueblo escogido. Más tarde, cuando Israel pecó, la gloria de la presencia de Dios se fue del templo. Pero ahora en la persona de Jesucristo, Dios ha vuelto a ¡“tabernaculizar” entre Su propio pueblo! ¿No es una lástima que muchos no lo reconocen? Pero todos aquellos que verdaderamente creyeron en Dios vieron la gloria de Dios en Jesús (versículo 14), cuando El vino.

Jesús es la Palabra de Dios

La Biblia dice: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). Otro nombre para Jesús es la “Palabra de Dios.” (Compare el versículo 1 con el versículo 14.) La Biblia es la Palabra escrita de Dios, y Jesús es la Palabra Viviente de Dios, porque Dios se ha revelado a si mismo por medio de Jesucristo.

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:1, 2a).

Jesús es la vida de Dios

¿Ha usted alguna vez encontrado extraño que al recibir a Cristo en nuestros corazones llegamos a ser hijos de Dios? Esto es porque, “en él estaba la vida” (versículo 4).

Primeramente vemos a Jesús haciendo toda cosa viviente (versículos 3 y 10). “Todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1:16b, 17). Jesús, como Dios, es la fuente de toda la vida. El también es el sostenedor de toda vida. “Pues él es quien da a todos vida y aliento. . . Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:25b, 28a).

Tal como el hombre llegó a ser un alma viviente, cuando Dios sopló el soplo de vida dentro del ser físico del hombre en la creación, así también a Jesús le fue dado poder sobre toda carne, para dar vida (espiritual) eterna a todos los que a El vienen (Juan 17:2). “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12).

¿Ha recibido usted nueva vida—vida espiritual—recibiendo a Jesús y depositando toda su confianza en Su nombre? Si lo ha hecho, usted es un hijo de Dios, nacido de Dios, y posee Su vida eterna. Mientras camina en Su luz y experimenta en una forma más amplia Su vida en la suya, usted gozará una bendi­ción tras otra. Si no lo ha recibido, ¿por qué no le pide ahora mismo entrar en su vida y darle la vida nueva—Su vida eterna?

Sin duda usted ha abierto su puerta antes, cuando alguien ha estado afuera golpeando. Jesús está a su lado ahora mismo, golpeando sobre la puerta de su corazón. El promete, “si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él” (Apocalipsis 3:20).


 

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